Se empieza por querer estar del otro lado de la puerta. También se puede estar molesto y simplemente no querer estar de este lado. Aun no se comprobó que se den las dos necesidades juntas. Si la inquietud es débil uno no se mueve, o se mueve de otra manera: cruzando la puerta imaginariamente para volver inconforme y no repetirlo de una manera corporal.
    Cuando la intención de cruzar es fuerte, nos hacemos cargo de nuestro cuerpo y lo hacemos caminar hacia el arco de la puerta. La habitación que esta siendo abandonada va perdiendo realidad a medida que salimos de ella. El corto lapso claustrofóbico da lugar al alivio del nuevo habitáculo. Se vera que si se inclina la cabeza hacia delante el proceso es menos traumático.
    Cuando no se quiere estar de este lado de la puerta pero aun no se ha decidido por la habitación siguiente se aconseja no moverse. Es mejor madurar la decisión en un lugar firme y amplio que ubicarse a mitad de camino, donde el techo baja y las paredes se acercan entre sí para apurar al cruzador. Se evitan así esa clase de terremotos que se desatan solo bajo los marcos de las puertas.
    El mensaje de las construcciones es claro: no se puede no estar en ningún lugar. Si insiste sobre esto, hágase guardia, patovica o portero. Oficios éstos que obligan a uno a situarse en el umbral (es decir: ningún lado) y dan la potestad de decidir quien cruza y quien no. Por esta razón es que usted no podrá cruzar ninguna puerta pues ya están todas ocupadas con gente dudosa devenida en guardias.
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