Los comicios tomaron forma luego de escrutarse un 102 % de las mesas. Empezamos lentamente a vislumbrar una oscuridad de distancia entre los candidatos, una nube de diferencia. Ya sabemos qué es lo que se esconde en la niebla. A partir de los resultados, podremos inferir como se inclinarán las encuestas en culo de urna, y finalmente tendremos un claro panorama de lo que desconocemos de la situación.
    La rueda cúbica, representando a la familia de los automóviles, dicta el itinerario del día acelerando pendiente arriba hacia los subsuelos. En su volante hay un botón que interrumpe su bocina, siempre activa. Así, los demás coches se apartan rápidamente ante la emergencia comunicada por su aviso mudo. Los conductores aludidos deberán esconder un pañuelo negro cuando la urgencia sea tanta, que ya sea tarde. En caso de niebla descanderán de los coches en movimiento para posar en forma de baliza humana, logrando un novedoso atropello que justifique la primera, segunda, tercera y enésima plana del periódico (edición nocturna). Luego, ante la imposibilidad de dar con los restos digeridos por las cámaras, se agrega otra capa de concreto en la avenida, por donde se retiran los vendedores ambulantes, sin más lápidas para vender.
    Con respecto a las infracciones, los vehículos reincidentes son multados y a los debutantes se les confisca el conductor. Los semáforos daltónicos, aliados y exageradamente permisivos; alientan con su onda amarilla, la urgencia de los que gozan de una escasa vida de sobra, para llegar a ver.
    Entonces, los autos van y vienen en dirección contraria a la evidente. En las plazas de maíz los árboles de palomas cagan por el pico y se elevan en vuelos imposibles, calcados de sus obsesiones. La gente camina paralela al garabato de un niño salvo alguno que a los tropiezos (valga la redundancia), logra dar un paso estable que trata por todos los medios de prolongar, simulándose de una manera muy realista. No le importa hacer el ridículo ante los demás tropezadores.
    Entre los gritos seniles, se distingue un niño de unos dos metros de alto, disimulados por sus tacos vencidos de un metro de inocencia.
    Las escaleras para discapacitados son en realidad monumentos a la quebrada de Humahuaca, y los que por allí ruedan vienen con el combo, para empalagar el espectáculo.
    La oficina vista de arriba parece un hormiguero. Es un hormiguero. No: fue un hormiguero, y lo que se mueve son los bichos que entraron a comerse las hormigas. Tampoco, son las hormigas muertas, obligadas a moverse aún inertes por los fantasmas desprovistos de invisibilidad: demasiado feos para ser fantasmas; y muy lindos para ser dioses.
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