26 jun 2008

Recuperando la ceguera

    Seguí caminando algo mareado por las prácticas propuestas por el ciego. Gente pidiendo, vendiendo, tocando algún instrumento. Los únicos que me llamaban la atención eran las personas que no estaban de pasada. Por ahí vi, y ya esto no era tan común, a unos siameses tocando música juntos. No les creí, no podía ser que no los hubiesen separado. Por las dudas les di una moneda, para quedarme tranquilo. Después me quedé pensando sobre el tema. Que locura tener que llevar a tu gemelo a cuestas toda tu vida, y que él te lleve a vos también. Seguí pensando: los hay unidos por un brazo, una cadera o cualquier otra parte del cuerpo. Mientras más órganos comparten menos distinguidos son entre sí. Menos individuales y mas indivi/duales. De acá se me desprende la idea de unos siameses que compartan todos los órganos. Más aun: todas las células.
    Sería alguien con dos personalidades. Esquizoide, le dirían algunos. Son, sin embargo, para mí, siameses perfectos. Calcados exactamente por un Dios con pulso polar. La separación se intenta vía química. En realidad es un veneno para uno de los dos. Así callan al más débil de carácter pero no por eso el menos importante. Triunfa el más terrenal ante el otro más etéreo, que queda a la sombra, como un cadáver tácito que el frenético hombre-bóveda lleva a cuestas sin conocer.
Otro tipo de siameses son los inversos a éstos, los que comparten todo menos el cuerpo: es decir, el espíritu. Esa clase de gente es la que vemos mas a menudo por las calles o a travéz del televisor, ahí en sus sillones con sus lenguas-espejo preparadas para repetir discursos que se amolden en sus cuerpos.

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