26 jun 2008

Sin cambio

    Esperaba el 152 en sante fé y callao. Necesitaba cambio, tenía un billete de dos pesos. Fui al kiosco de la esquina. Me dijo que no podía salvo que le comprase algo. Agarré un chocolate pero costaba uno con diez. Lo devolví y agarre un chicle. En otras palabras me dijo que no podía venderme algo tan barato. La cosa se complicaba: a un par de cuadras venía el colectivo y yo obligado a elegir algo entre un peso y un chicle, encima que me guste. Nunca soporte ir a un kiosco sin saber lo que voy a comprar. En realidad nunca me gustó elegir nada: desde una golosina hasta el gusto del helado, pasando por mi sexualidad, carrera, credo y otras disyuntivas menores.
    Mientras organizaba mi escala de gustos escuché los frenos del bondi. No compré nada y me subí último para ir haciendo tiempo. Me bajaba a cuatro paradas y por lo menos viajaría hasta que el colectivero se avivara. Empecé por abrir mi mochila y hacer ruido con las llaves imitando el ruido de muchas monedas. Ahí me ligué el primer reojo del conductor. En la siguiente parada se subieron tres personas más. Una vieja, una chica y un pibe. Dejar pasar a las mujeres fue creíble, pero ser tan cortés con un pibe ya no. El conductor me miró por segunda vez y no de reojo. Estuve ágil y le pedí cambio enseguida. Me dijo que no tenía y que no era boludo. Que esa se la hacían todos los días. Pero apareció la chica que dejé pasar y me ofreció. Empezó a sacar monedas de cinco y de diez pero no llegó a los dos pesos. Obviamente no iba a comprarle cambio. No iba a pagarle a la empresa de transporte y también a un pasajero por dejarme viajar con él.
    No quedaba otra, me tenía que bajar. Pero ahí todo cambió. El chico me ofreció cuarenta centavos y el bondi frenó justo y se le cayerons. Me agaché a buscarlas gateando entre la gente que ya se arrimaba para ver el espectáculo. Arrancamos hacia la siguiente parada. Faltaba bastante para los dos pesos pero la cosa mejoraba. La anciana me ofreció cinco centavos más. Una pareja miraba desde la primera fila y después de una leve discusión, me alcanzaron cincuenta más. Faltaban ochenta. Desde el fondo del bondi llegaron tres pasajeros (entre ellos un ciego) que viendo la situación se apiadaron de mi y me dieron treinta. Les agradecí con una seña y vinieron otros más hasta que, abandonando la tercer parada, ya tenía todo el cambio que necesitaba.
    Di unas palabras de agradecimiento en general y les entregué mi billete para que se cobren entre todos. Justo en eso, paramos en donde yo me bajaba. Entonces se me ocurrió que a lo mejor necesitaban el cambio. Naturalmente, les cambié. Tenía dos pesos en monedas. De nuevo, sin cambio, le pedí al conductor. No me dió y me tuve que bajar.

No hay comentarios: