26 jun 2008

Un trámite

    Bajé del estribo del bondi a dos cuadras del RENAPER (registro nacional de las personas) en Paseo Colón al mil y pico. A una cuadra y media de llegar ya me ofrecían lugar VIP en la cola, foto más barata y alguna otra movida de la que hay que estar al tanto. Voy a explicar como funciona todo el sistema.
    Al llegar vi una fila de unos cincuenta metros (a razón de una persona por cuerpo y dos cuerpos por metro) que terminaba a mitad de cuadra en el mencionado edificio. Otra cola venía en dirección opuesta (misma distribución) y embocaba en la misma esquina a mitad de cuadra. Perpendicular a estas dos filas y a la calle, había una tercera para gente discapacitada de oficio. Tras atar sus sillas de rueda en los bicicleteros, se metían a hacer el trámite con sus acompañantes, siempre más de cinco y en calidad de siameses, discapacidad también terrible.
    Un muchacho auto-presentado como Diego, que medía los mismo que yo hasta mis hombros, me dijo que iba a necesitar fotos cuatro por cuatro y que las sacaban en frente. Me acompañó caminando diez metros atrás mío hasta el local, donde me esperó para presentarme a los fotógrafos. Eran dos orientales. Cruzaron unas palabras con Diego que no quise entender y se dirigieron hacia mí. Cobraban quince la primer foto pero te regalaban las 3 siguientes que ellos no necesitaban. Lo que me indignó fue que la hoja imprimía seis fotos. Resumiendo: me cobró la primera a quince, las otras tres regaladas, la quinta a un peso y la sexta de yapa. Después me sugirió que le agradezca los descuentos con otro peso. Dieguito insistió en el gesto.
    Desde la cuadra de enfrente, el “RE.NA.PER” se muestra sospechoso. Diciendo cubrir con su techo a los que hacen fila, se estira por encima de la vereda hasta el cordón. Por suerte, una hilera de columnas sujeta e impide el despegue del edificio, enriquecido con rehenes sin nombre, listos para desaparecer.
    Volví a mi lugar tratando de olvidar el pasado setentoso, que por ser argentino está siempre adelante. Pensé en otra cosa, en mis fotos de yapa. Les dije a mis vecinos que aprovechen a comprarlas en frente. Para qué hablé, adentro te sacaban las cuatro por cinco pesos. Así me enteré por boca ajena, lo pelotudo que había sido.
    La fila humana no adelantaba, esa era la idea de la “esquina a mitad de cuadra”: un lugar en donde todos quieren doblar y nadie puede hacerlo. Un lugar público privado de él. Pero… siempre hay vivos: atrás mío llegó un tipo que hizo la fila como cualquier otro menos él. Mi vecina más vieja, indignada, me hizo un comentario:
—No puede ser que pase esto. Si nadie les pagara esos tipos no estarían acá y nadie sacaría ventaja. Yo voy a hacer una denuncia.
—No se gaste —le dije—, en la comisaría hay una cola más larga.
—Que bárbaro, esto no puede ser—.
—¡No sea estúpida, si lo está viendo. Sí que puede ser! —le grité sin usar mi voz.
    Poco a poco nos íbamos armando de impaciencia a medida que llegábamos a la puerta. Finalmente entramos. Adentro había que hacer otra cola: el doble de corta a cuatro cuerpos por metro. Gracias a Dios sin personas a mi altura.
—A bueno, yo a éste país no vuelvo más —dijo el hombre que había pagado por colarse mientras se iba.
—¿No vuelvo más? ¿Y para que volvió la primera vez entonces? —Contesté hacia el lugar libre que había dejado.
    Para confundir aún más a la gente, así pasa todo el tiempo descifrando y sin quejarse, el lugar tiene las paredes empapeladas con advertencias de todo tipo. Resumiendo, siempre nos va a sobrar algún papel importante en nuestra casa. Los burócratas, muy sincronizados, van de a cuatro al baño y de a uno a su puesto de trabajo. Los turnos son de treinta minutos, lo mismo que demora cada uno en usar el baño. De esta manera, siempre hay un empleado atendiendo.
    De todas maneras conseguí mi turno: tendría que venir en veinte días entre las diez y las trece (hora de almuerzo) para hacer otra cola para tramitar mi DNI, que pasaría a buscar más adelante donde me esperaría otra fila. Antes de irme me dijo que las fotos que traía no me servían porque eran de cámara digital. Una vez en casa, leí la fecha del turno. Caía feriado. Yo en este país no nazco más.

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