Era la una de la mañana en lo de Juan. Estábamos aburridos mirando una película mala y esperando el delivery. Sonó el timbre de calle. Juan se levantó, salió a su balcón y miró hacia abajo. Confirmado, era el delivery. No lo pensé dos veces porque me quedaba dormido, había que ponerle ritmo a la noche.
    Entregué los billetes y cobré las cervezas mientras trababa la puerta con mi pie. Le di la propina y cerré. Volví al ascensor y al buscar el botón me di cuenta de mi situación: no me acordaba el piso ni tenía el celular encima. En dos palabras, estaba encerrado entre la puerta de calle, dieciséis pisos y casi cien departamentos entre los cuales estaba mi salida. Todo esto un lunes a la una de la mañana y con el dueño de casa seguro dormido. Traté de hacer memoria: pensé en el octavo y en el cuarto, aunque no estaba seguro. Tenía que usar las escaleras y pasar piso por piso hasta escuchar una tele prendida detrás de una puerta.
    Descarté el primer entrepiso: no atendían del otro lado de la pared y mis nudillos me empezaban a doler. Seguí subiendo y, con el falso entusiasmo de quien pisa la luna por segunda vez, alcancé el segundo entrepiso. Digo así porque no creo en los primeros pisos. La gente que uno conoce nunca vive en el primero. Al decir verdad, no creo que existan los primeros pisos más que para que haya un segundo y entonces uno diga, sí, vivo en el segundo.
    Subí uno más, pero tampoco pensaba en ese. Mis dudas estaban entre el cuarto, el octavo y sus intermedios pares, salvo el seis por ser impar. Recordemos que no cuento el primer piso, o bien, empiezo a contar desde él.
    Partiendo de la formula que ya expliqué (“Pr”(piso real) = “Pn”(piso nominal) - 1) yo estaba de nuevo en el primero (dos menos uno).
    Fui más arriba. La cosa se complicaba con tantos departamentos por nivel. Escuché detrás de la primer puerta posible. No era: voces de mujeres, llanto de un bebé y delirios de un viejo senil.
    Subí uno más y miré a ambos lados del pasillo desde la desembocadura de la escalera. Intenté recordar lo que había hecho cuando bajé del ascensor unas horas antes. Si al llegar, creo, había doblado a la derecha saliendo del ascensor, a la vuelta tendría que haber doblado a la izquierda y ahora, por ende, debería doblar a la derecha de nuevo. Ida vuelta e ida, vendría a ser, derecha izquierda y derecha. Me puse a girar sobre mi mismo para hacer los cálculos. No seguro con los resultados, lo hice cuatro veces más, sin contar la primera. Ahora, totalmente mareado, veía el doble de puertas por piso. Me apuré simulándome estar muy seguro de mí. No pude engañarme, ya estaba casi en pánico. Subí otro y golpeé la primera que encontré. Había luz adentro. Era obvio que Juan se había dado cuenta de mis problemas y me estaba jodiendo. La patee gritando.
—¡Abrí, ya sé que estás ahí! —No me contestaba, aunque sí lo hizo una vieja del departamento vecino.
—Oiga Joven: ¿Que hace golpeando así la puerta del ascensor? Estas no son horas para andar haciendo semejante bochinche—.
—Sí señora, disculpe —dije simulando esperar el ascensor, sin mirarla— ¿Sabe que piso es éste? ¡Ascensor!! ¡Ascensor!!
—¿Cómo?.
—Sí, lo que escuchó ¿no sabe donde vive? Pregunto que cual es este piso.
—Cuarto nene, cuarto.
—¿Contando el primero?
—¿Como? ¿Que primero? —preguntó casi cerrando la puerta— Mire Joven, no se de que se trata todo esto, pero va a ser mejor que se vaya si no quiere que llame a la policía.
—¿Sabe donde vive Juan?
—No conozco ningún Juan.
—¿Y me podría abrir la puerta de calle?
—De ninguna manera, no le voy a abrir si no lo conozco. —dijo acompañándose con cinco cerrojos a modo de exclamación negativa.
    No le creí mucho y subí un piso más. En el cuarto no escuché ruido en ninguna puerta y para peor, se cortó la luz. Pensé que me estaban jodiendo, ya era mucho, no podía ser. Encima Juan que no aparecía. Seguro que se había dormido.
—¡Juan! —grité bien fuerte, ya no me importaba nada— ¡Juan!
    Más arriba se escucharon puertas que se abrían y cerraban. Llamaban a un Horacio. Por lo visto yo no era el único en problemas. Y así era: alguien subía por las escaleras. Ese debía ser Horacio. Esperé a que se acercara.
—¿Horacio? —le pregunté tratando de no titubear ni parecer sospechoso.
—Si, ¿Quién es? —respondió frenando su marcha.
—¿Vos también te quedaste encerrado?
—¿Cómo?
—Claro, como también estás así acá, y te llaman como si estuvieras perdido… ¿Sabés a que piso vás?
—¿Estás bien? ¿Quién sos? No vivís acá ¿no?
—Si… bah, no. Mirá, no importa, esta es mi situación: Estoy perdido, voy a lo de Juan… Va, en realidad vengo de lo de Juan pero no se en donde vive.
—Pará pará, ¿Empezamos de vuelta? Venís de lo de Juan y vas a lo de Juan pero no sabés de donde venís?
—Si, ya sé. ¿Parece un chiste no? ¿De donde venimos y hacia donde vamos ? Ahí estamos, perdidos entre dos preguntas que no son otra cosa que… en fin , sí sí, voy a lo de Juan.
—Y como entraste acá al edificio, tenés que haber tocado el timbre.
—Es que vengo de lo de él –dije, pero no me iba a entender—. Va, no, en realidad cuando estaba por tocar el timbre, abajo, salía una persona que me dejó pasar. Entonces entré sin saber el piso.
—¿Y te dejó entrar sin conocerte? ¿Como era la persona?
—Mmm, no me acuerdo bien.
—Bueno pero… ¿que querés de mí entonces? ¿Por qué no lo llamas de tu celular?
—Primero, podría no tener. Segundo, tengo uno.
—Bueno, llamalo entonces.
—No lo tengo conmigo, lo dejé en lo de Juan.
—¿Me estas jodiendo?
—Eee… en mi casa.
—Basta flaco, me estás mareando. Me voy.
—¿No me podrías abrir la puerta de calle así salgo?
—No, eso no, no te puedo abrir si no te conozco —me dijo yéndose.
    Me senté en las escaleras mientras el ruido mientras se iba. Que iba a hacer. No podía creer mi situación. Sin duda la tenía que arreglar y rápido. Tenía que pensar en forma lógica y pausada. Para irme necesitaba saber el piso de Juan o que alguien me abriera la puerta de calle. Esto último se me venía negando y además podía no aparecer nadie en toda la noche. Por el otro lado, la única manera de saber el piso de Juan era llamándolo por teléfono. Como no tenía teléfono, tendría que pedirlo. Tocar una puerta y pedirlo.
    Cuando me paré volvió la luz. La cosa empezaba a mejorar. Cobré valor y me decidí a terminar con la pesadilla. Subí otro piso y empecé a buscar signos de vida. Se escuchaba música. Esos eran. Sin duda eran jóvenes como yo y no tendrían problema. Llegué a la puerta y me puse a escuchar. La música era hipnótica. No lo dudé más y golpee.
—¿Quién es? —respondió una voz masculina.
—Sí, mirá, ehhh. Te quería pedir si me podés prestar el teléf…
—¿Cómo? ¿Quién sos?
—Estoy perdido, no se a que piso voy, necesito un teléfono.
—¿Rodri quién es? —preguntó otra voz desde adentro— no le abras eh!!
—No se, es un pibe. Dice que está perdido, nos pide el teléfono. Flaco, no te puedo abrir si no te conozco.
—Por favor, les doy una cervezas —las choqué en la bolsa para que me creyeran— Es que bajé a buscar el delivery y me olvidé el piso de Juan, mi amigo que vive acá.
—¿Vos decís Juanchi? ¿El pelado?
—Sí!!! ese!!!, ¿sabés donde vive?!
—Noveno “b”.
—Mil gracias, me salvaste la vida!!!, Chau!!!
    Llegué. Noveno “b”. Estaba entreabierta. Seguro que la había dejado así para mí. Entré y fui hasta el sillón. Dormía. Lo desperté.
—Eu, Juan.
—¿Mm? ¡Ah! Me re dormí…
—Aha, acá están las birras.
—Che están calientes— dijo agarrándolas.
—Si, un desastre.
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1 comentario:
Jajaja me siento un poco identificado con la distracción porque me pasó de olvidarme el piso de un amigo y para colmo en las puertas no había nada distintivo. Todas iguales!
Me gusta el ritmo que tiene. Entretenido :D
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